Ya con cinco jornadas jugadas de la ‘Premier League’, con tan solo una victoria, es indudable que el Chelsea aún no funciona ni siquiera con la llegada de Mauricio Pochettino ni con la transformación de la plantilla ni con la inversión de 462 millones de euros; de nuevo en evidencia con un empate a nada contra el Bournemouth para quedarse a diez puntos del liderato del Manchester City con 15 disputados.
Ese es el mejor resumen de la diferencia entre las expectativas y el actual Chelsea, que sólo ha ganado hasta ahora en la competición liguera al Luton, pero cuya crisis no es nada nueva, viene de atrás, de una temporada horrorosa cuyo fin es hoy por hoy imperceptible. Hay datos sonrojantes para él: sólo ha ganado dos de sus últimos 17 partidos en la Premier o ha sido derrotado en cinco de sus siete salidas más recientes en ese torneo.
No sólo eso, sino que, de no ser por dos paradas de Robert Sánchez, el diagnóstico y el resultado de su visita al Bournemouth (decimoquinto, el Chelsea es decimocuarto) habría sido aún peor. También, igualmente, de no haber sido por Neto, el guardameta en la otra portería, podría haber ganado, sobre todo en una volea de Cole Palmer dentro del área.
Porque siempre juega al filo del precipicio. De la victoria y de la derrota. Mientras ajusta sus piezas, dentro del rompecabezas aún nada concluyente construido en el primer tramo de esta temporada (se presentó en el estadio Vitality tras dos derrotas en cuatro citas de la ‘Premier’), con el tiempo que eso requiere cualquier proyecto, el margen se acorta. Un empate no alimenta la paciencia. Sólo ganar. Y el Chelsea apenas gana.
Su puesta en escena fue prometedora. Un remate de Gallagher, capitán; el tiro de Nico Jackson al poste al principio o la movilidad de Sterling invitaban al optimismo ‘blue’, aún en proceso de lograr todo lo que quiere. Está lejos todavía de ello, de ser el equipo que pretende Mauricio Pochettino, de reencontrarse con sí mismo, tras el caótico último curso.